El comienzo de un nuevo frente contra Irán
EE.UU. y el Reino de Arabia Saudí se inquietaron considerablemente cuando el movimiento yemení o yemenita de los huties o Ánsar Allah (lo que quiere decir los partidarios de Dios en árabe) obtuvo el control de la capital de Yemen, Sanaa/Saná en septiembre de 2014. El presidente yemenita Abd-Rabbuh Man ṣ our Al-Hadi, apoyado por EE.UU., fue humillantemente obligado a compartir el poder con los huties y la coalición de tribus del norte de Yemen que les había ayudado a penetrar Saná. Al-Hadi declaró que habría negociaciones para un movimiento yemení de unidad nacional y sus aliados, EE.UU. y Arabia Saudí, trataron de usar un nuevo diálogo nacional y negociaciones mediadas para cooptar y pacificar a los huties.
La verdad sobre la guerra en Yemen ha sido puesta patas arriba. La guerra y el derrocamiento del presidente Abd-Rabbuh Man ṣ our Al-Hadi en Yemen no son resultado de un ‘golpe huti’ en Yemen. Es todo lo contrario, Al-Hadi fue derrocado porque, con apoyo saudí y estadounidense trató de dar marcha atrás en los acuerdos de para compartir el poder que había hecho y de devolver Yemen a un régimen autoritario. El derrocamiento del presidente Al-Hadi por los huties y sus aliados políticos fue una reacción inesperada ante apoderamiento del poder que Al-Hadi estaba planeando con Washington y la Casa de Saud.
Los huties y sus aliados representan un corte transversal diverso de la sociedad yemení y la mayoría de los yemenitas. La alianza interior del movimiento huti contra Al-Hadi incluye a musulmanes chiíes y suníes. EE.UU. y la Casa de Saud nunca pensaron que los huties se impondrían sacando a Al-Hadi del poder, pero esa reacción se desarrolló durante una década. Con la Casa de Saud, Al-Hadi había estado involucrado en la persecución de los huties y la manipulación de políticas tribales en Yemen incluso antes de ser presidente. Cuando llegó a ser presidente de Yemen dio largas al asunto y trabajó contra la implementación de los acuerdos a los que se había llegado mediante el consenso y las negociaciones en el Diálogo Nacional de Yemen, que fue convocado después que Ali Abdullah Saleh fue obligado a ceder el poder en 2011.
Golpe o contragolpe: ¿qué pasó en Yemen?
En primer lugar, cuando se apoderaron de Saná a fines de 2014, los huties rechazaron las propuestas de Al-Hadi y sus nuevas ofertas para un acuerdo formal de compartimiento del poder, calificándolo de personaje moralmente corrupto que en realidad había renegado de sus promesas anteriores de compartir el poder político. En ese momento, los intentos del presidente Al-Hadi de complacer a Washington y a la Casa de Saud lo habían convertido en profundamente impopular en la mayoría de la población de Yemen. Dos meses después, el 8 de noviembre, el propio partido del presidente Al-Hadi, el Congreso General Popular Yemenita, también despojó a Al-Hadi de su dirigencia.
Los huties finalmente detuvieron el 20 de enero al presidente Al-Hadi y ocuparon el palacio presidencial y otros edificios del gobierno yemenita. Con apoyo popular, un poco más de dos semanas después, los huties formaron formalmente un gobierno transicional yemení el 6 de febrero. Al-Hadi fue obligado a renunciar. Los huties declararon el 26 de febrero que Al-Hadi, EE.UU., y Arabia Saudí estaban planificando la devastación de Yemen.
La renuncia de Al-Hadi fue un revés para la política exterior de EE.UU. Llevó a una retirada militar y operacional de la CIA y del Pentágono, que fueron obligados a retirar personal militar y agentes de inteligencia de Yemen. Los Angeles Times informó el 25 de marzo, citando a funcionarios estadounidenses, que los huties habían capturado numerosos documentos secretos cuando ocuparon el Buró de Seguridad Nacional yemení, que trabajaba en estrecha colaboración con la CIA, lo que afectó las operaciones de Washington en Yemen.
Al-Hadi huyó de la capital yemenita Saná a Adén el 21 de febrero y declaró el 7 de marzo que esa ciudad-puerto era la capital temporal de Yemen. EE.UU., Francia, Turquía, y sus aliados europeos occidentales cerraron sus embajadas. Poco después, en lo que fue probablemente una acción coordinada con EE.UU., Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos transfirieron sus embajadas de Adén a Saná. Al-Hadi anuló su carta de renuncia como presidente y declaró que estaba formando un gobierno en el exilio.
Los huties y sus aliados políticos se negaron a aceptar las demandas de EE.UU. y Arabia Saudí, articuladas a través de Al-Hadi en Adén y por Riad, cada vez más histérica. Como resultado, el ministro de exteriores de Al-Hadi, Riyadh Yaseen, pidió el 23 de marzo que Arabia Saudí y los petro-emiratos árabes intervinieran con sus fuerzas armadas para impedir que los huties obtuvieran el control del espacio aéreo de Yemen. Yaseen dijo al portavoz saudí Al-Sharq Al-Awsa que se necesitaba una campaña de bombardeo y que había que imponer una zona de no vuelo sobre Yemen.
Los huties se dieron cuenta que iba a comenzar una lucha militar. Por eso los huties y sus aliados en las fuerzas armadas yemenitas se apresuraron a controlar lo más rápidamente posible la mayor parte de los aeropuertos y bases aéreas yemenitas, como ser Al-Anad. Se apresuraron a neutralizar Al-Hadi y penetraron en Adén el 25 de marzo.
Para cuando los huties y sus aliados entraron en Adén, Al-Hadi había huido de la ciudad-puerto yemenita. Al-Hadi reapareció en Arabia Saudí cuando la Casa de Saud comenzó a atacar Yemen el 26 de marzo. Desde Arabia Saudí, Abd-Rabbuh Man ṣ our Al-Hadi voló entonces a Egipto a una reunión de la Liga Árabe para legitimar la guerra contra Yemen.
Yemen y la cambiante ecuación estratégica en Medio Oriente
La ocupación huti de Saná tuvo lugar en el mismo período como una serie de éxitos o victorias regionales para Irán, Hizbulá, Siria y el Bloque de la Resistencia que estos y otros protagonistas locales forman colectivamente. En Siria, el gobierno sirio logró reafirmar su posición mientras en Iraq el movimiento EI/ISIL/Daesh era obligado a retroceder por Iraq con la evidente ayuda de Irán y de milicias iraquíes aliadas con Teherán.
La ecuación estratégica en Medio Oriente comenzó a cambiar a medida que quedaba claro que Irán comenzaba a ocupar una posición central para la arquitectura y estabilidad de su seguridad. La Casa de Saud y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu comenzaron a gimotear y a quejarse de que Irán controlaba cuatro capitales regionales –Beirut, Damasco, Bagdad, y Saná– y que había que hacer algo para detener la expansión iraní. Como resultado de la nueva ecuación estratégica, los israelíes y la Casa de Saud se alinearon perfectamente con el objetivo estratégico de neutralizar Irán y sus aliados regionales. “Cuando israelíes y árabes se encuentran en la misma página, la gente debiera prestar atención”, dijo el 5 de marzo el embajador israelí Ron Dermer a Fox News sobre la alineación de Israel y Arabia Saudí.
La campaña de miedo israelí y saudí no ha resultado. Según un sondeo Gallup, solo un 9% de los ciudadanos de EE.UU. veían Irán como el mayor enemigo de EE.UU. cuando Netanyahu llegó a Washington para hablar contra un acuerdo entre EE.UU. e Irán.
Los objetivos geoestratégicos de EE.UU. y de los saudíes tras la guerra en Yemen
Mientras la Casa de Saud ha considerado hace tiempo Yemen una especie de provincia subordinada y parte de la esfera de influencia de Riad, EE.UU. quiere asegurarse de poder controlar el Bab Al-Mandeb, el Golfo de Adén, y las islas Socotra. El Bab Al-Mandeb es un importante punto crítico para el comercio marítimo internacional y los embarques de energía que conecta el Golfo Pérsico a través del Océano Índico con el Mar Mediterráneo a través del Mar Rojo. Es tan importante como el Canal de Suez para las vías de transporte marítimo y el comercio entre África, Asia y Europa.
Israel también estaba preocupado, porque el control de Yemen podría cortar el acceso de Israel al Océano Índico a través del Mar Rojo e impedir que sus submarinos llegaran fácilmente al Golfo Pérsico para amenazar Irán. Por eso el control de Yemen fue en realidad uno de los temas de discusión de Netanyahu cuando habló ante el Congreso de EE.UU. el 3 de marzo en lo que precisamente el New York Times presentó el 4 de marzo como “el poco convincente discurso de Netanyahu ante el Congreso”.
Arabia Saudí temía visiblemente que Yemen podría llegar a alinearse formalmente con Irán y que los eventos podrían conducir a nuevas rebeliones contra la Casa de Saud en la Península Arábiga. EE.UU. también estaba preocupado, pero también pensaba en términos de rivalidades globales. Impedir que Irán, Rusia, o China tuvieran un punto de apoyo estratégico en Yemen, como medio de impedir que otras potencias controlaran el Golfo de Adén y se posicionaran en Bab Al-Mandeb, era una preocupación importante para EE.UU.
Se agrega a la importancia geopolítica de Yemen en la supervisión de corredores marítimos estratégicos su arsenal de misiles militares. Los misiles de Yemen podrían alcanzar a cualesquiera barcos en el Golfo de Adén o Bab Al-Mandeb. En este sentido, el ataque saudí contra los depósitos de misiles estratégicos de Yemen sirve tanto los intereses de EE.UU. como los de Israel. El objetivo no es solo impedir que sean utilizados para tomar represalias contra el uso de fuerza militar saudí, sino también impedir que estén a disposición de un gobierno yemenita alineado con Irán, Rusia o China.
En una posición pública que contradice totalmente la política siria de Riad, los saudíes amenazaron con emprender una acción militar si los huties y sus aliados políticos no negocian con Al-Hadi. Como resultado de las amenazas saudíes, protestas estallaron en todo Yemen el 25 de marzo contra la Casa de Saud. Por lo tanto, la situación se preparó para otra guerra en Medio Oriente cuando EE.UU., Arabia Saudí, Bahréin, los EAU, Qatar, y Kuwait comenzaron a prepararse para reinstalar a Al-Hadi.
La marcha saudí hacia la guerra en Yemen y un nuevo frente contra Irán
A pesar de todo lo que se dice sobre Arabia Saudí como potencia regional, es demasiado débil para enfrentar sola a Irán. La estrategia de la Casa de Saud ha sido erigir o reforzar un sistema de alianza regional para un prolongado enfrentamiento con Irán y el Bloque de la Resistencia. Al respecto, Arabia Saudí necesita Egipto, Turquía, y Pakistán –una mal llamada alianza o eje “suní”– para que ayuden a enfrentar Irán y sus aliados regionales.
El príncipe heredero Mohammed bin Zayed bin Sultan Al Nahyan, el príncipe heredero del Emirato de Abu Dabi y vicecomandante supremo de las fuerzas armadas de los EAU, debía visitar Marruecos el 17 de marzo para hablar de una respuesta militar colectiva a Yemen por parte de los petro-emiratos árabes, Marruecos, Jordania, y Egipto. El 21 de marzo, Mohammed bin Zayed se reunió con el rey de Arabia Saudí Salman bin Abdulaziz Al-Saud para discutir una respuesta militar a Yemen. Esto ocurrió mientras Al-Hadi llamaba a Arabia Saudí y al Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) para que le ayudaran mediante una intervención militar en Yemen. Las reuniones fueron seguidas por negociaciones sobre un nuevo pacto regional de seguridad de los petro-emiratos árabes.
De los cinco miembros del CCG, solo el Sultanato de Omán se mantuvo alejado. Omán se negó a unirse a la guerra contra Yemen. Muscat tiene relaciones amistosas con Teherán. Además los omaníes están cansados del proyecto saudí y del CCG de utilizar el sectarismo para provocar un enfrentamiento con Irán y sus aliados. La mayoría de los omaníes no son ni musulmanes suníes ni musulmanes chiíes; son musulmanes ibadíes, y temen el avivamiento de la sedición sectaria por la Casa de Saud y los otros petro-emiratos árabes.
Los propagandistas saudíes se movilizaron afirmando falsamente que la guerra era una respuesta a la intrusión iraní en las fronteras de Arabia Saudí. Turquía también anunciaría su apoyo a la guerra en Yemen. El día en que se lanzó la guerra, Erdogan de Turquía afirmó que Irán estaba tratando de dominar