El Brasil de Lula sigue adelante
Por cuarta vez consecutiva, el Partido de los Trabajadores -PT- gana las elecciones presidenciales en Brasil (con 51,45% de los votos) que, también por cuarta vez, se han convertido en un plebiscito entre candidatos del PT y del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña, el partido de Fernando Henrique Cardoso). Esta vez la campaña tuvo avances y retrocesos, especialmente desde mediados de agosto hasta la segunda vuelta, a fines de octubre, y terminó con la decisión de los brasileños de seguir con el camino iniciado en 2003 con el primer gobierno de Lula.
En el enfrentamiento entre el modelo neoliberal de la oposición y la vía de salida del neoliberalismo del gobierno, por cuarta vez los brasileños han reafirmado el camino que Lula empezó. Serán por lo menos 16 años seguidos de gobiernos del PT, el período más largo de continuidad de un partido en el gobierno, en período democrático en Brasil.
Lula decía que era mejor ganar en segunda vuelta, porque en la contraposición de dos proyectos, las alternativas y sus diferencias quedan más claras. Y así fue: se han contrapuesto políticas de centralidad del mercado, de libre comercio, de reducción del peso del Estado, de rebaja salarial, de aumento del desempleo, de contracción de los bancos públicos, de alianzas internacionales privilegiando a EUA, entre otras, por parte del candidato de la oposición.
Frente a ello, la orientación de continuidad de las políticas sociales, como eje central del gobierno, con una acción dinámica del Estado, fortaleciendo las alianzas regionales y con el Sur del mundo, de garantía del nivel de empleo y de aumentos de los salarios por encima de la inflación.
La duda era si el Brasil de Lula seguiría adelante o si la importante experiencia de los gobiernos del PT se terminaría en 2014. Hubo oscilaciones en la campana electoral, pero la disputa más grande fue alrededor de las agendas: cuales eran los temas que más importan a los brasileños.
La oposición jugó fuerte en dos planos, valiéndose del monopolio de los medios de comunicación: por una parte, una supuesta crisis económica, que tendría reflejos en el descontrol inflacionario, en el desempleo, en el estancamiento económico. Una encuesta de Folha de São Paulo ha revelado que una de las razones del crecimiento de Dilma ha sido el fracaso de ese terrorismo económico. La gran mayoría de los brasileños –incluidos los que votan por la oposición– son optimistas respecto a la situación económica de Brasil, creen que la situación mejorará el próximo ano, que los precios están bajo control y que los salarios van a aumentar.
El otro tema central son las denuncias de corrupción, que en el último período de la campana se han concentrado sobre Petrobras. El cansancio respecto a la campana de denuncias –tantas de ellas sin pruebas– ha hecho que ese tema perdiera efecto.
La campaña de Dilma Rousseff, valiéndose de los programas de TV y de la intensificación de la movilización política conducida por ella y por Lula en todo el país, asociada a una gran participación de la militancia del PT y de toda la izquierda, logró convencer a la gran mayoría que las conquistas fundamentales de los gobiernos del PT estarían en riesgo, caso ganara la oposición. A la vez, la contraposición de las trayectorias personales y políticas de los dos candidatos sirvió para enaltecer las cualidades de Dilma, en contraste con la fragilidad de las de Aécio Neves.
En su conjunto, se fue diseñando, desde el domingo anterior a la segunda vuelta, una situación en que el nivel de rechazo de Aécio superaba el de Dilma, prenunciando un viraje que se consolidó a lo largo de la última semana, hasta llegar a la victoria de ayer. La militancia de izquierda ganó las calles de todo el país; la segunda vuelta fue de una clara contraposición entre izquierda y derecha, lo que configuró el viraje y el triunfo de Dilma.