El mantenimiento del orden y el imperativo de la máquina
“Predigo que veremos toda una nueva ola de vehículos aéreos no tripulados (UAV) que aparecerá con cargas más inusuales, como pistolas eléctricas taser, lanzadardos y pistolas lanzadoras de bolas de pintura”. (Guy Martin, editor de Defence Web, BBC News, 18 de junio de 2014).
Innovación, nos recuerda Edmund Burke en Carta a un noble lord, no implica necesariamente reforma. Mientras los usos pacíficos de los drones se tratan frecuentemente como efectos benignos del complejo de seguridad industrial, las secuelas hacia usos más violentos han resultado inevitables. Lo que se hace en Waziristán contra los milicianos talibanes se hará eventualmente a los ciudadanos estadounidenses a una escala más pequeña pero significativa, el encubrimiento en este caso se hace tan irrelevante en las montañas tribales como en las calles de Chicago.
Los observadores de los drones se han excitado ante el anuncio de que las fuerzas policiales indias utilizarán drones con aerosoles de pimienta contra los manifestantes. Se realizaron pruebas el martes en Lucknow y la fuerza policial de la ciudad prevé el uso de cinco vehículos semejantes este mes. “Los resultados”, afirmó el alborozado jefe de policía Yashasvi Yadav, “fueron brillantes. Hemos logrado establecer la forma de usarlos contra la turba en áreas congestionadas”.
El lenguaje utilizado por Yadav sirve a un propósito importante. Los drones son armas contra esa “turba” oscura, primitiva, difícil de controlar, revoltosa por definición. Desde la perspectiva de muchas autoridades estatales cualquier grupo de manifestantes constituye una “turba” revoltosa. No se ve por ninguna parte la idea de una protesta pacífica, el mayor de los fenómenos antinaturales. Pero Yadav insiste en que: “La pimienta no es letal pero es muy efectiva en el control de turbas. Podemos pulverizar desde diferentes alturas para conseguir máximos resultados”.
El control de manifestaciones mediante el uso de drones se encuentra en el primer plano de las nuevas tecnologías de mantenimiento del orden, utilizadas por entidades privadas o por fuerzas policiales más convencionales. Ciertamente interesan a los fabricantes de armas, que identifican a sus clientes. Desert Wolf (con sede en Sudáfrica) es un ejemplo. Dijo a laBBC en junio del año pasado que había asegurado la venta de 25 “cópteros de control de disturbios” que se ocuparían de multitudes “sin poner en peligro las vidas del personal de seguridad”.
Como es costumbre entre los que están en el negocio de armas semejantes, la benevolencia acompaña la tendencia autoritaria, algo asesina. La utilización de esas armas contra los ciudadanos disidentes aumentará, en lugar de reducir, la pérdida de vidas. Según el director ejecutivo de Desert Wolf, Hennie Kieser, “no nos podemos permitir otro Lonmin Marikana (donde murieron mineros en huelga) y al sacar a policías a pie, utilizando tecnología no letal creo que todos estarán mucho más seguros”. Todo esto, a pesar del aspecto evidente de que el uso de espray de pimienta, o el disparo de proyectiles desde el aire, pueden constituir formas letales de acción.
Ese tipo de drones "octacópteros" esgrimen la necesaria amenaza que las autoridades policiales considerarán atractiva. Pueden cargar hasta 4.000 proyectiles cada vez y poseen el atractivo adicional de “láser cegadores” y altoparlantes a bordo. La variedad Skunk tiene cuatro barriles de pintura de alta capacidad, cada uno de los cuales tiene una capacidad de 20 balas por segundo. Los clientes en este caso provienen de la industria minera, un sector al que siempre le gusta eliminar las protestas.
La Confederación Internacional Sindical reaccionó inmediatamente. El portavoz Tim Noonan consideró que las compras constituían “un asunto profundamente inquietante y repugnante y estamos convencidos de que cualquier gobierno razonable actuará rápidamente para impedir el uso de tecnología avanzada de combate contra los trabajadores o el público involucrados en legítimas protestas y manifestaciones”. (BBC, 18 de junio de 2014).
La policía se ha sentido tradicionalmente discriminadas cuando se trata de la variedad de armas que los militares utilizan contra sus enemigos. Pero la creciente militarización de las fuerzas policiales hace que la espera de armas semejantes sea un problema menor. Armas de grado militar se utilizan contra criminales de poca monta. Se usan en una pobremente calificada “guerra contra la droga”.
En el apocalíptico lenguaje de un informe de la ACLU (Unión Estadounidense por las Libertades Civiles): “War Comes Home: The Excessive Militarization of American Policing” (La guerra llega a casa: La excesiva militarización del mantenimiento del orden en EE.UU., 23 de junio de 2014), se señala cómo: “Nuestros vecindarios no son zonas de guerra y los policías no deben tratarnos como enemigos en tiempos de guerra. Y sin embargo cada año miles de millones en equipamiento militar fluyen del Gobierno federal a los departamentos de policía estatales y locales”.
Alli McCracken, coordinador nacional de Code Pink, un organismo opuesto al uso de drones, teme las innovaciones anunciadas por la policía de Lucknow. “No podemos apresurarnos a utilizar esta tecnología. La policía ya está tan militarizada. Es un tema de privacidad y seguridad”.
El creciente uso de drones para funciones de mantenimiento del orden es visto por los funcionarios como Yadav como consecuencia lógica y natural del trabajo policial. Para él hay poca diferencia entre el uso de semejantes vehículos en el monitoreo de multitudes en festivales religiosos a pasar a utilizar espray de pimienta cuando las masas reunidas se comportan mal.
Esta ceguera cognitiva podría esperarse de los que apoyan el imperativo de la máquina. La ironía resulta inevitable, aunque no la aprecian los que apoyan este impulso a la seguridad: para humanizar el mantenimiento del orden hay que utilizar máquinas. Para mejorar la seguridad pública el elemento humano debe alejarse del agente de seguridad que monitorea el terreno. Efectivamente, las decisiones sobre la vida y el orden deben tomarse en un lugar separado e incluso distante de la manifestación. Es la lógica atroz de elegir el objetivo a gran distancia.
Cuando los departamentos de policía tratan a los manifestantes como siniestros enemigos, viéndose como guerreros protectores, los problemas proliferan. La tecnología de los drones insensibiliza la tarea del mantenimiento del orden, concentrándose menos en la protección civil que en la seguridad policial. El imperativo de la máquina al respecto cohíbe el buen juicio humano. Si se agregan a esto los atractivos ofrecidos por los drones armados un mundo de violencia urbana repleto de vehículos agresivos y de mala toma de decisiones, no está lejos que utilicen esa violencia contra nosotross.