Bolsonaro y el nuevo orden latinoamericano
Bolsonaro ganó las elecciones en Brasil e inaugura un proceso de recolonización que tendrá impacto en toda Latinoamérica. Las formas autoritarias del nuevo presidente brasilero preocupan a la mayoría de las personas que comprenden que esto valida hechos de violencia civil y pone en riesgo lo que es llamado democracia.
Sin embrago, la democracia liberal –que nunca funcionó bien en el territorio latinoamericano– no es comprendida por el sentido común como forma de perpetuación de una dominación ejercida por los actores que juegan en esta arena, sino como un sistema con instituciones que funcionan bajo un mínimo de acuerdos que garantizan el derecho a la vida. El fin de las dictaduras militares en Latinoamérica y el pacto democrático posdictadura permitió una organización de la desigualdad en este territorio, pero nunca ha permitido cambios estructurales. Para que esto hubiera sucedido, tendría que haberse dado unos mínimos de participación económica además de la sola intervención electoral, promoviendo el fortalecimiento de dinámicas representativas en todos los espacios de la sociedad. Sin embargo, tanto las nuevas democracias posmilitares, como las viejas que no sufrieron dictaduras formales en América Latina, no han dado esos mínimos de igualdad para participar socialmente. Es por ello que siguen siendo políticos profesionales de izquierda y derecha los únicos que pueden ser elegidos a los cargos estatales. Siendo ya precario el modelo político por esto, el futuro se ve peor cuando afirmaciones como las de Bolsonaro promueven una persecución política, inclusive de los políticos profesionales de izquierda, acabando así con la diversidad ideológica de quienes dominan el Estado.
En un período de profundización de la crisis mundial y de evidencia de las contradicciones del sistema capitalista, otras formas que parecieran antisistémicas surgen como una alternativa novedosa. En este sentido, la elección de Jair Bolsonaro es una esperanza para una parte del pueblo y también una enorme oportunidad para quienes buscan la superexplotación de mano obra para la recuperación de la tasa de ganancia y un reordenamiento de la subalternidad de los países del Sur. En el discurso a la “recuperación” del orden se cuela una reorganización de la economía para que sea la competencia sin regulación la que defina la capacidad de supervivencia de las personas. Pese a que esa realidad de participación inequitativa en la economía ha demostrado que son aquellos que acumulan ganancias los que tienen ventaja, se apela a que la no regulación puede abrir el espacio para que ágiles emprendedores de los sectores marginales logren colarse en los sectores ricos, sin que el Estado se inmiscuya en sus deseos de acumular. Si bien como proyección, casi de cuento de hadas, es una gran propaganda, lo cierto es que el Estado no ha interrumpido que aquellos que quieran hacer negocios lo hagan; todo lo contrario, ha garantizado a lo largo de la historia latinoaméricana reciente que se hagan negocios inclusive a costa de ampliar la iniquidad en la distribución de la riqueza. Han sido los negociantes más poderosos los que han impedido que emprendedores menos potentes puedan participar. El Estado apenas ha participado aplicando políticas focalizadas para tratar mínimamente las consecuencias de esta competencia, aun así el hambre de los grandes empresarios y terratenientes aun los lleva a ver con excelentes ojos la llegada de modelos autoritarios como el que aterriza actualmente en Brasil.
Los “nuevos” tiempos pueden ser un retorno maquillado al año de 1500, la esclavitud moderna, el genocidio del pueblo indígena, el saqueo de los bienes comunes, la privatización de los servicios públicos, la eliminación de la parte no adaptable al sistema dominante y la militarización de los territorios. No se puede descartar la posibilidad de guerras de alta intensidad. El autoritarismo de Bolsonaro conmueve a Israel de Netanyahu –quien es un experto en producir mecanismos de control y tecnología de colonialismo para el siglo XXI– y admira a Trump, quien ve en el militar un aliado para hacer America great again . El discurso de Trump en la ocasión de su elección “el tiempo de discursos vacíos se terminó, ahora llegó el tiempo de la acción” mucho se asemeja al de Bolsonaro, pero con matices.
La colonización en este caso es un proyecto para acabar la ruralidad campesina, negra e indígena que representa a la pequeña y mediana producción, dándole la bienvenida a la agroindustria; se sembrarán con cultivos mecanizados la amazonía luego de acabar con los últimos bosques. Esto en la práctica transformará a los y las habitantes rurales en trabajadores, cuando no desplazándoles para que engrosen los cinturones de miseria de las ciudades. Sin embargo, esto no es solo una cuestión material; la neocolonización a la que se enfrenta Brasil tiene además un carácter mental: acabar con los conocimientos ancestrales que se han guardado por miles de años y remplazarlos por las formas urbanas de vivir. Es una colonización de la mente, donde el proyecto del individuo aislado dentro de la ciudad se contrapone al comunitario de muchos de los y las habitantes rurales.
La palabra libertad fue la que más apareció en el discurso de Bolsonaro, el presidente electo habló de “liberar la relaciones internacionales de los rasgos ideológicos los cuales fueron sometidas en los últimos años”. Cuando dice que el “país dejará de estar apartado del mundo” y “que el país recuperará el respeto internacional”, se nota una semejanza también con el presidente argentino Mauricio Macri. El aspecto que más diferencia Bolsonaro de los líderes mencionados es su sistemática mención a Dios y su evidente falta de conocimiento acerca de temas como economía y gestión, lo que le garantizará constante asesoría de pastores de la religión y pastores de dogmas del libre mercado.
El acercamiento de Netanyahu a Macri –quien visito la Argentina en septiembre de 2017–, el reconocimiento de Trump del Al-Quds (Jerusalén) como capital de Israel y la promesa de Bolsonaro de sacar su legación diplomática, siguiendo los pasos de EE.UU y Guatemala, de Tel Aviv, son pasos dados hacia una agudización de los conflictos y un retroceso en la agenda de derechos humanos a nivel mundial. Las leyes antiterroristas –aprobadas durante los gobiernos llamados progresistas de Argentina y Brasil– jugaran un papel fundamental para la criminalización de la resistencia al proceso de recolonización y para la creación de “enemigos de la democracia” según las narrativas dominantes que utilizan el discurso del orden y progreso como pilares de sostenimiento de la vida bajo un sistema neoliberal. No obstante, este es solo el principio del nuevo orden; aun falta la respuesta con que se reciba este nuevo modelo y es la voz de las comunidades organizadas las que dirán cuales son las luchas que disputarán esta nueva cara del poder. La época de las elecciones terminó, inicia la temporada de la reacción popular.