Tal vez si el acuerdo de cese al fuego bilateral se estuviera firmando en Colombia, en la Plaza de Bolívar de Bogotá, en medio de una multitud entusiasta, o en el Catatumbo, o en Chaparral, o en Tumaco, y en carpetas que tengan impreso el escudo nacional y no otro, no nos quedaría esta sensación angustiosa de que siempre queda algo faltando, de que la paz que nos venden pende de un hilo, y no parece inaugurar una nueva época, sino dejar a lado y lado bloques hirsutos que se rechazan y parecen a punto de arrojarse de nuevo con rabia c