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Edadismo de Estado
El edadismo es la discriminación por motivos de edad avanzada. Las habilidades e historia del ser humano desaparecen ante el estereotipo despectivo de anciano. No bastando al hombre discriminar por raza y sexo sumó esta segregación, necia, porque no se pasa de blanco a negro, de varón a hembra, pero sí de joven a viejo, a menos que la muerte llegue pronto.
Según, el riesgo de deceso por Covid-19 es más en las personas de edad avanzada, pero no hay consenso en cuanto a cuándo se entra en este grupo. Unos, cómodos, dicen que con la jubilación; otros, técnicos, que con el tiempo de esperanza de vida tasado en las tablas de mortalidad de aseguradoras; los especialistas, que con la aparición de limitaciones psíquicas.
Quienes superan los 65 años, con padecimientos cardíacos, cáncer, diabetes, asma, encabezan las estadísticas de fallecidos a causa del virus. La categoría de persona de edad avanzada, con sustento en este dato, es el término lógico a utilizar en el manejo de la crisis, no así para que numerosas naciones ordenaran un confinamiento obligatorio abarcando a los sanos con esas primaveras.
En Colombia el Ejecutivo decretó que el ejercicio al aire libre de adultos mayores de 70 años sólo se permitiría una hora al día tres veces a la semana. En Argentina el gobierno de Buenos Aires dispuso que para salir de casa requerían de permiso, válido por un día y con pena de trabajo comunitario si se excedía. Las regulaciones fueron declaradas inconstitucionales. En Francia el Consejo Científico Oficial, órgano asesor, sin importar que en mayo se había reducido la cuarentena, recomendó mantenerlos confinados hasta diciembre, el Presidente evitó el conflicto apelando a la “responsabilidad individual”. En Venezuela no hizo falta ley, manu militari guardias y policías a gritos mandan como muchacho regañado para su casa a quien vean como “anciano”, eso sí, a pie o en autobús, porque al Metro no entran, para “cuidarlos”.
La evolución de la pandemia demostró que los individuos mayores son igual de propensos al contagio que el resto de la población, y que si bien son más vulnerables cuando sufren otras afecciones, esto ocurre también con jóvenes. La única razón para su encierro es la del colapso que pudieran crear en las unidades de cuidados intensivos, pero no es válida, ya que con o sin ellos, las estructuras clínicas que se creían estables por su gran desarrollo tecnológico y recursos humanos de primera línea, no soportaron la carga de este tipo de tragedia (recuérdese New York con los depósitos de cadáveres en las calles); ni que decir de los países donde se tomaron espacios privados y públicos, para abandonar la gente como perros, porque en hospitales no hay personal, equipos y mínimas condiciones de higiene.
En 2002 la Asamblea General de Naciones Unidas convocó la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, que aprobó el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento. Advirtió que el mundo experimentaba una transformación demográfica sin precedentes: para el 2050 el número de personas mayores a 60 años aumentará de 600 millones a casi 2.000 millones.
Muchos regímenes -no se diga totalitarios sino democráticos que es lo grave- han hecho uso con ligereza inaceptable del poder absoluto que les da el estado de alarma sanitaria, para crear una nueva amenaza contra los derechos civiles: la tipificación de la vejez. Se define quién es “viejo” para imponerle superior cantidad de obligaciones y sacrificios que a los demás, es el edadismo, virus que se debe controlar de inmediato, por las cepas que puede originar, con las que se pasaría del #quédateencasa al #tequitétusderechos.
La corrupción e ineptitud de los gobernantes para garantizar la salud son el origen del edadismo de esta clase política. Es un crimen la tentativa de enclaustrar a los “viejos” para protegerlos, los victimiza. Hay que enfrentar al estado omnipotente porque cuando tenga que tapar prontas torpezas, invocará cualquier móvil para ir contra quien le plazca y tipificarlo a su capricho. “Nada importa morir, pero no vivir es horrible” decía Víctor Hugo.