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El 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial

A medida que se acerca el 80º aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial (el 1 de septiembre de 2019) toma cuerpo la campaña propagandística y políticamente motivada con el objetivo de hacer responsable por aquella catástrofe global a la Unión Soviética, tanto como la Alemania hitleriana, denigrando así la Rusia contemporánea.

Se deforman los hechos y se interpretan de manera tergiversada los acontecimientos de aquella época. Ello se refiere, en primer lugar, al Tratado de no agresión soviético-alemán del 23 de agosto de 1939 (también conocido como Pacto Molotov-Ribbentrop) que es interpretado como si fuera la causa fundamental de la guerra y que supuestamente dio “luz verde” a Hitler para atacar a Polonia. Se están multiplicando las acusaciones en contra del “imperialismo soviético” que presuntamente se aprovechó de ciertas circunstancias para repartir Europa con los nazis. Al mismo tiempo los historiógrafos de pocas luces proyectan aquellos acontecimientos sobre la política contemporánea de Rusia, afirmando que la postura belicista del país no ha cambiado desde aquel entonces.

No obstante, vamos a analizar los hechos y documentos fidedignos que muestran toda la complejidad de la situación de preguerra y revelan las causas verdaderas que llevaron el mundo a aquella tragedia de envergadura colosal.

Tras la confabulación de Múnich (ya en las páginas de este respetuoso diario hemos examinado estos acuerdos) firmada los 29 y 30 de septiembre de 1938 en Europa se formó una situación cualitativamente nueva que se caracterizaba por el crecimiento de aislamiento internacional de la Unión Soviética. Moscú estaba preocupada por la posibilidad de establecimiento de un frente antisoviético unido, ya que Gran Bretaña y Francia habían firmado con Hitler tratados de no agresión el 30 de septiembre y el 6 de diciembre de 1938 respectivamente.

Firma de los acuerdos de Múnich – Confabulación de Múnich

 

No obstante, dadas las condiciones el Gobierno soviético no perdió fe en que se pudiera formar un sistema de seguridad colectiva cuya necesidad se había vislumbrado claramente tras la eliminación del Estado checoeslovaco por hitlerianos en marzo de 1938. La URSS condenó rotundamente las acciones del Tercer Reich y se negó a reconocer la toma de Checoeslovaquia, considerando como su prioridad lograr acuerdos con Londres y París.

En verano-otoño de 1939 las relaciones soviético-polacas adquirieron una importancia especial. Moscú partía de que los acuerdos con Londres y París pudiesen tener valor siempre y cuando Varsovia estuviera parte de los mismos. Los negociadores soviéticos repetidamente trataron de convencer al gobierno polaco de que participara en el proceso. Pero fue en vano. La Parte Polaca empezaba a darse cuenta de que sería la siguiente víctima de la agresión, pero confiaba mucho en que Inglaterra y Francia le echaran un capote.

La variante óptima para Moscú era conservar el Estado polaco. Sin embargo, la postura miope de Varsovia que tuvo como resultado el fracaso de las negociaciones tripartitas predeterminó los acontecimientos posteriores que son bien conocidos.

Las negociaciones anglo-franco-soviéticas duraron hasta la segunda mitad de agosto de 1939. El borrador de acuerdo soviético preveía una ayuda militar inmediata en caso de agresión, lo que no complacía a Inglaterra y Francia que preferían sacar las castañas del fuego con las manos del Ejército Rojo. Las negociaciones se dilataban debido a la introducción de enmiendas infinitas, discusiones inventadas sobre los términos de “agresión indirecta” y “agresión directa” y sobre las causas de prestación de garantías de seguridad, etc.

Los siguientes factores determinaron el fracaso definitivo de aquellas negociaciones:

el factor polaco, la negativa de Polonia de permitir que el Ejército Rojo pasara por su territorio para ayudar a Checoeslovaquia;

la postura de Inglaterra y Francia que percibían las negociaciones como un elemento de presión sobre Alemania para obtener un compromiso adicional por cuenta de no solo Polonia, sino de la URSS;

el deseo de Londres y París de asumir la menor cantidad de obligaciones posible, suponiendo que era la URSS que debería librar la guerra;

el bajo nivel representativo de las delegaciones inglesa y francesa que no tenían poderes correspondientes para firmar en Moscú algún convenio militar en agosto de 1939;

las negociaciones anglo-alemanes clandestinas (se proponía a Hitler un acuerdo a costa de Polonia y para los 22 y 23 de agosto estaba prevista una visita a Londres del Ministro de la Luftwaffe – Fuerza Aérea de Alemania – Hermann Göring, para avanzar hacia ese propósito).

A principios de agosto dadas las circunstancias el mando soviético fue forzado a empezar las negociaciones soviético-alemanes. De esa manera empezó a formarse una combinación diplomática compleja en la cual cada parte perseguía sus propios intereses. Alemania en aquel momento trataba de evitar el enfrentamiento con la URSS porque había planeado la invasión a Polonia. Y la URSS tenía como su tarea clave prevenir que Alemania se entrañara con las democracias occidentales sobre la base de antisovietismo para no hacerse el objeto de una agresión conjunta.

La suscripción del Tratado de no agresión soviético-alemán era una necesidad  severa y una decisión forzada y muy complicada para la URSS. El país tenía muy poco tiempo para tomar tal decisión, especialmente cuando se reveló plenamente el fracaso de las negosiaciones trilaterales, y la posibilidad de un acercamiento de Gran Bretaña y Francia con Alemania se hizo más viable.

A través de la suscripción del Pacto y del protocolo secreto las autoridades soviéticas perseguían los objetivos siguientes:

- no permitir involucrar a la URSS en la guerra;

- torpedear el posible acuerdo entre Alemania y Gran Bretaña (“segundo Múnich”);

- mantener  la libertad de maniobra política y militar estratégica,

- prevenir la ocupación de todo el territorio de Polonia por los nazi, lo que pudiese agravar considerablemente la posición militar estratégica de la URSS.

El campo de concentración de Auschwitz fue un complejo formado por diversos campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi situado en los territorios polacos ocupados.

 

Si el Tratado de Múnich entregaba a la merced de los nazis un entero país europeo con toda su población, incluyendo a judíos destinados al exterminio total, el Pacto Molotov-Ribbentrop excluía de la esfera de influencia alemana las grandes áreas de la Ucrania del Oeste y Bielorusia, salvándolas del “nuevo orden hitleriano” y Holocausto.

Hace falta examinar el Pacto soviético-alemán en el contexto de la entonces política vigente que casi siempre implicaba los repartos territoriales según la ley del más fuerte (lo que se refiere también al Tratado de Versalles de 1919 que había cambiado el mapa del continente de manera tan drástica que provocó muchos conflictos y por fin llevó al renacimiento del expansionismo alemán).

La ocupación de Polonia por hitlerianos (que empezó el 1 de septiembre de 1939) comprobó que la decisión tomada por los dirigentes soviéticos fue correcta. Gran Bretaña y Francia abandonaron a los polacos a su propia suerte y sin perder la esperanza de que Alemania y la URSS se confrontaran, eligieron una opción a favor de así llamada “guerra extraña” que duró más de 8 meses y considerablemente facilitó a Hitler tomar la decisión de atacar a los países de Europa y la Unión Soviética.

El 17 de septiembre el Ejército Rojo entró en el territorio de Polonia con una orden de no traspasar la línea Vilna–Łomża–Bug, no utilizar las armas contra el ejército polaco, no usar el bombardeo aéreo ni fuego de artillería contra ciudades y poblaciones. Estrictamente fue prohibido violar las fronteras de Estados vecinos es decir de Letonia, Lituania, Rumania. El Comandante en jefe de Polonia, Edward Rydz-Śmigły, encontrándose en aquel entonces en el territorio polaco, dio la orden de no entrar en acciones de guerra con las unidades del Ejército Rojo.

La presencia del Ejército Rojo en el territorio de Polonia aseguró la reunificación de los fraternos pueblos ucraniano y bieloruso dentro de las nuevas fronteras de la URSS. Fueron reintegradas únicamente aquellas regiones que habían sido ocupadas por Polonia en 1920–1921. Prácticamente en todas partes las tropas soviéticas se pararon en la “línea Curzón”, que años atrás el Consejo Supremo de Guerra de la Entente había propuesto considerar como frontera oriental de Polonia.

El renombrado político y estadista británico David Lloyd George después de los acontecimientos de septiembre de 1939 subrayó: “La URSS tomó los territorios que no fueron polacos y habían sido ocupados por Polonia después de la Primera Guerra Mundial... Sería una locura comparar el avance de Rusia con la incursión de Alemania”.

También es significativa la opinión de Winston Churchill:

“A favor de los Soviets hay que decir que para la Unión Soviética fue vitalmente necesario trasladar la línea de las posiciones de las tropas alemanas hacia el oeste lo máximo posible, para obtener el tiempo y poder reunir fuerzas de todas las partes de su colosal imperio...”.

Hay que subrayar que la URSS no estaba en estado de guerra con Polonia lo que reconocían las autoridades de países occidentales y el gobierno de Polonia en el exilio.

Ni Londres, ni París no consideraban la intervención de la URSS como «agresión», no emitieron ni una sola nota de protesta. Los ingleses y franceses partían de que los acuerdos soviético-alemanes no permanecerían en vigor por mucho tiempo, sobre todo en las condiciones cuando las fuerzas armadas de Moscú y de Berlín salieron a la línea del contacto directo.

Aquel hecho preocupaba mucho al gobierno soviético que tenía claro que una guerra con Hitler era inevitable tarde o temprano, aún menos después de perder el “parachoques” que presentaba el territorio de Polonia. Sin embargo, tal rol de “parachoques” seguían ejerciendo los países bálticos y la URSS estaba muy interesada en conservar la independencia de aquellos. Así que, pactando acuerdos con Letonia, Lituania y Estonia en otoño de 1939, Moscú no perseguía la meta de «sovietizarlas». Tal postura cambió solo en verano de 1940, una vez los nazis derrotaron las fuerzas armadas franco-inglesas y se apoderaron de toda la Europa occidental. Los países bálticos esperaban su turno, hubo dos opciones: o Letonia, Lituania y Estonia se unían a la URSS o estarían ocupadas por los nazis.

De este modo, la Unión Soviética entró en el período inicial de la Guerra teniendo unas posiciones estratégicas ventajosas. No estaba unida a ninguna de las partes beligerantes, mantenía política neutral y logró aprovecharse de la situación para consolidar sus posiciones político-militares y económicas.

En conclusión cabe señalar que cualquier acontecimiento del pasado debe ser examinado en el contexto de la época concreta y sin jugar con especulaciones adoptándolas a la coyuntura política actual. A nuestros opositores que erróneamente tratan de equivaler hitlerismo y estalinismo presentamos estos hechos irrebatibles.

Después de la llegada de Hitler al poder durante mucho tiempo la única potencia que contrarrestaba la realización de los planes agresivos hitlerianos e insistía en unificar los esfuerzos de países europeos para preservar la paz fue la URSS. Para Hitler quien puso los principios de racismo y nacionalismo como base de su política nacional y planeaba el exterminio total de los judíos, gitanos, eslavos y todos los así llamado “subhumanos” el internacionalismo soviético presentaba un mal absoluto y la Unión Soviética fue percibida como el enemigo principal de Alemania nazi.